POEMA DEL RENUNCIAMIENTO
Pasarás por mi vida sin saber que pasaste. Pasarás en silencio por mi amor y, al pasar, fingiré una sonrisa como un dulce contraste del dolor de quererte... y jamás lo sabrás. Soñaré con el nácar virginal de tu frente, soñaré con tus ojos de esmeraldas de mar, soñaré con tus labios desesperadamente, soñaré con tus besos... y jamás lo sabrás. 1 Quizás pases con otro que te diga al oído esas frases que nadie como yo te dirá; y, ahogando para siempre mi amor inadvertido, te amaré más que nunca... y jamás lo sabrás. 2 Yo te amaré en silencio como algo inaccesible, como un sueño que nunca lograré realizar; y el lejano perfume de mi amor imposible rozará tus cabellos... y jamás lo sabrás. Y si un día una lágrima denuncia mi tormento, —el tormento infinito que te debo ocultar—, te diré sonriente: «No es nada... Ha sido el viento». Me enjugaré una lágrima... ¡y jamás lo sabrás!
ELEGÍA PARA TI Y PARA MÍ
I Yo seguiré soñando mientras pasa la vida, y tú te irás borrando lentamente en mi sueño. Un año y otro año caerán como hojas secas de las ramas del árbol milenario del tiempo, y tu sonrisa, llena de claridad de aurora, se alejará en la sombra creciente del recuerdo. II Yo seguiré soñando mientras pasa la vida, y quizás, poco a poco, dejaré de hacer versos, bajo el vulgar agobio de la rutina diaria, de las desilusiones y los aburrimientos. Tú, que nunca soñaste más que cosas posibles, dejarás, poco a poco, de mirarte al espejo. III Acaso nos veremos un día, casualmente, al cruzar una calle, y nos saludaremos. Yo pensaré quizás: «Qué linda es, todavía». Tú, quizás pensarás: «Se está poniendo viejo». Tú irás sola, o con otro. Yo iré solo, o con otra. O tú irás con un hijo que debiera ser nuestro. IV Y seguirá muriendo la vida, año tras año, igual que un río oscuro que corre hacia el silencio. Un amigo, algún día, me dirá que te ha visto, o una canción de entonces me traerá tu recuerdo. Y en estas noches tristes de quietud y de estrellas, pensaré en ti un instante, pero cada vez menos. V Y pasará la vida. Yo seguiré soñando, pero ya no habrá un nombre de mujer en mi sueño. Yo ya te habré olvidado definitivamente, y sobre mis rodillas retozarán mis nietos. Y quizás, para entonces, al cruzar una calle, nos vimos frente a frente, ya sin reconocernos. VI Y una tarde de sol me cubrirán de tierra, las manos, para siempre, cruzadas sobre el pecho. Tú, con los ojos tristes y los cabellos blancos, te pasarás las horas bostezando y tejiendo. Y cada primavera renacerán las rosas, aunque ya tú estés vieja, y aunque yo me haya muerto.
POEMA DE LA DESPEDIDA
Te digo adiós, y acaso te quiero todavía. Quizás no he de olvidarte, pero te digo adiós. No sé si me quisiste... No sé si te quería... O tal vez nos quisimos demasiado los dos. Este cariño triste, y apasionado, y loco, me lo sembré en el alma para quererte a ti. No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco; pero sí sé que nunca volveré a amar así. Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo, y el corazón me dice que no te olvidaré; pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo, tal vez empiezo a amarte como jamás te amé. Te digo adiós, y acaso, con esta despedida, mi más hermoso sueño muere dentro de mí... Pero te digo adiós, para toda la vida, aunque toda la vida siga pensando en ti.
NOCTURNO VI
Así estás todavía de pie bajo la lluvia, bajo la clara lluvia de una noche de invierno. De pie bajo la lluvia me llega tu sonrisa; de pie bajo la lluvia te encuentra mi recuerdo. Siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia, con un polvo de estrellas muriendo en tus cabellos. Y tu voz, que nacía del fondo de tus ojos, y tus manos cansadas que se iban en el viento... Y aquel cielo de plomo y el rumor de los árboles, y la hoja aquella que te cayó en el seno... y el rocío nocturno dormido en tus pestañas, y engarzando diamantes en tu vestido negro. Así estás todavía lejanamente cerca, desde tu lejanía de sombra y de silencio... Mi corazón te llama de pie bajo la lluvia; de pie bajo la lluvia te acercas en el sueño. La vida es tan pequeña que cabe en una noche. —Quizás fue que en la sombra me encontré con tu beso—. Y por eso me envuelve, de pie bajo la lluvia, el sabor de tu boca y el olor de tu cuerpo. Sí. Me has dejado triste. Porque pienso que acaso ya no estarás conmigo cuando llueva de nuevo; y no he de verte entonces de pie bajo la lluvia, con las manos temblando de frío y de deseo. Pero, aunque habrá otras noches cargadas de perfumes, y otras mujeres, y otras, a lo largo del tiempo, siempre he de recordarte de pie bajo la lluvia, bajo la lluvia clara de una noche de invierno.